martes, 29 de julio de 2014

Quédate conmigo.

Era un paso dudoso, continuamente dudoso; fuera de cualquier estabilidad, en algún punto de ese centro nos encontrábamos, enfrentándonos de cara y duramente a un si continuo que podría ser alterado por algún inoportuno no.

Maldita inestabilidad que nos mantiene en pie, el roce de tus dedos en mis labios y un desliz de mis pasos. Pero tu siempre dispuesto a mantenerme firmemente a flote.

Podríamos pensar que era un error, que no era ni tanto ni tan necesario, pero era alejarnos, sentir su ausencia ligeramente cerca y derrumbarnos.

Que fácil resultaba odiar tus mil manías y los kilómetros que separaban tu tozudez de mi amargura, y que difícil sentir tus labios en esta habitación que tanto de ti ha oído aún sin verte. 

Oscura era la mañana que el sol salía sin ser reflejado en sus ojos.

Como me gustaba morirme por él sin realmente saber si lo sentía, pues ya me dirás como sabes si sientes algo si nunca antes has sentido. 

Lo complicado llegó de sus ojos, más bien de los míos, que tras una hora que ansiaría repetir continuamente toda mi vida, sentí eso que no sabia si sentía.

El aire parecía haberse esfumado de la habitación y él, había reservado su ultima bocanada para susurrarme tales palabras al oído.

Que no eran las palabras, ni el aire, ni esa hora deseosa de ser repetida.

Era lo que el había tratado de explicarme momentos antes; justamente en el centro de su pecho, pero un poco desviado hacia la izquierda, allí donde alegaba sentir como un pellizco cada vez que su mirada se cruzaba con la mía.

Faltaba la canción, maldita petición, pero por favor quédate conmigo.

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