viernes, 25 de octubre de 2013

Cocaína en rama.

Y al final me levanté de la cama, no era un día que sugiriera mucho, pero nada sugiere más que su sonrisa de niñato malcriado. No era una fuerza cualquiera la que me empujaba a coger alguna camisa, retocar un poco el maquillaje y bajar corriendo a sus brazos, era esa fuerza de atracción que crea en mi, más fuerte que cualquier polo opuesto. No sé que siento cuando le veo. Nunca una palabra me ha parecido lo suficiente adecuada para atribuírsela, no he sabido expresar tanto. Yo no he hablado de miles de mariposas revoloteando por mi estomago, este peso es mucho más grande a la vez que delicado. Me mira y no sé que me pide, pero yo le entrego hasta la última parte de mi alma, entera suya; me mira cómo queriendo subirme al cielo, cómo sino supiera que el cielo me lo conozco ya de memoria. Me tiene atada de pies a manos. Ando convencida de que jamás nadie ha sentido tanto, nunca he leído sobre un amor tan fuerte cómo este, dudo que algo así sea real. Para mí esto es un sueño, mi sueño, nuestro sueño. Corrí ansiosa a besar sus labios, que me hablen de droga, ninguna más adictiva que esta. Me abrazó, cómo quien abraza a una niña pequeña, protegiéndola de cualquier peligro. Y entonces, me cogió en peso y nos puso a girar sobre el aire; y yo sentí que el mundo se acababa, que no había mayor felicidad que esta. Explotar sin que nada se rompa.

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